El color de la piel de Carolina Galván es oscuro mientras que el de su hija Sara es blanco. Son madre e hija. Unidas por la misma sangre, es posible que estén inmensamente distanciadas y entre ellas exista un abismo de incomprensión. ¿Quién las separó? Muchas circunstancias. Como dice la hermana de Carolina, ellas fueron abandonadas por su mamá cuando estaban pequeñas. Carolina no sabe lo que es el amor de una madre: nadie se lo enseñó por lo tanto no lo puede “practicar”. Desde allí su conexión con su hija empieza a ser compleja. Además deben existir otras circunstancias que marcan distancia. Pero sobre todo, debe influir muchísimo, que la madre “no pueda reconocerse” en su hija a través del color de su piel.
Y entonces nos encontramos con que el racismo no es político, ni social, ¡El racismo empieza en familia! “Negrita”, “chino”, “monito”, “vaso de leche”, expresiones familiares que pueden guardar grandes dosis de discriminación, es decir de racismo. “¿Y ese a quien salió con ese color?” es una expresión que mas de uno ha pronunciado o escuchado al interior de una familia. Lo que cuenta Meghan es totalmente “lógico”. En la cuna de la nobleza inglesa si debieron preguntarse de qué color sería la piel del hijo de Harry. Y esas mismas palabras, multiplicadas en miles de hogares, generan problemas complejos donde el color de la piel marca la diferencia que fomenta odio, desprecio, humillación, soberbia. El color de la piel es parte de esa herencia “maldita” de superioridad de unos humanos frente a otros, de esa necesidad de marcar distancia a través de elementos biológicos totalmente aleatorios. No se escogieron (aunque en términos espirituales se dice que si se escoge donde y cómo nacer) pero al nacer dentro de un empaque esto no puede convertirse en un arma de agresión o desvalorización. Ni superiores ni inferiores, solo humanos, igualados en el derecho a tener una vida digna de respeto y tolerancia.
Las razas no nos enriquecieron como humanos, por el contrario, se convirtieron en instrumentos para generar odios, guerras y distancia como si el solo hecho de nacer en un territorio, en un lugar, en una familia, ya fuera una desgracia. Esa necesidad obsesiva porque solo lo igual a mi (espejo) es valioso, ha creado un mundo de dolor y sufrimiento. Sí, somos iguales como seres humanos pero diferentes en los “empaques”. ¿Cómo aceptarlo? Las migraciones, las nacionalidades, elementos que no se enseñan en los procesos educativos, no permiten considerar el valor de la condición humana. Nos hemos educado con la estúpida idea de que existen humanos de primera, de segunda y hasta de quinta condición. ¿Quién marcó la escala? Y lo que es peor, cada época tiene sus razas “superiores” y las despreciables, debido a circunstancias impredecibles. Ahora es el entorno de los ojos lo que está produciendo agresiones violentas a causa del virus. Ahora “chino” u oriental motiva la necesidad de “cobrar” lo que el mundo entero de alguna forma contribuyó a crear. El racismo es tal vez la discriminación mas injusta de la condición humana, la mas nefasta, la que mas impotencia produce. ¡Por Dios! Que te censuren por tu color de piel es lo mas cercano a lo primitivo, a lo elemental. No depende de países o de leyes. ¿Qué haces tu para no ser racista?
Gloria H. @GloriaHRevolturas